- 15 octubre, 2021
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Café y mercados. A renovar los caminos
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Director Centro de Estudios e Investigaciones Rurales (CEIR), Universidad de La Salle
Foto tomada de: El Campesino
La situación cafetera es de no creer. Todo parece indicar que estamos en medio de una bonanza cafetera: los precios son altos, dadas las dificultades de la producción brasileña de cafés arábigos, y el peso se ha devaluado frente al dólar de manera significativa. Todo esto conduce a unos ingresos inesperados.
De otro lado los precios de los insumos se han aumentado considerablemente y los costos de recolección aumentan ante la disminución de disponibilidad de recolectores. Esto ha hecho que los cafeteros planteen que las ganancias extras están en riesgo de quedar en otras manos diferentes a los productores.
De otro lado, la Federación Nacional de Cafeteros (FNC) ha venido llamando la atención sobre los riesgos de las demandas que se avecinan dados los incumplimientos de los productores en los contratos de futuro. Parece lógico, aunque no ético, que, ante los precios altos, los productores incumplan las entregas contratadas para poder vender la carga a los precios de hoy, que prácticamente duplican el valor de los contratos. Habría que preguntar tanto a la Federación como a las cooperativas y productores cuales son las cláusulas de los contratos y las protecciones jurídicas y financieras que los mismos negocios han definido, o si esto también ha quedado al libre albedrío de lo que pueda pasar.
En últimas se trata de una situación donde 535.000 familias cafeteras que disponen de unas 974.000 hectáreas para la producción de café esperan tener la mejor condición en la última década, son pequeñas familias campesinas que siguen estando al vaivén de los mercados. Y a este paso ni familias, ni Federación van a terminar con grandes beneficios, Paradojas de los mercados.
Pero expliquemos mejor esto. Ante el auge de las políticas de libre mercado, Colombia comenzó a abandonar las estrategias de producción y comercialización que a través de la FNC y las cooperativas cafeteras llevaron a un modelo exitoso de desarrollo local y patrón de acumulación para la economía colombiana. Basado en la asociatividad se generó un modo de producción que significó desarrollo y crecimiento no solo para productores y localidades sino para todo el país. Se quedó entonces a expensas de los grandes compradores que fueron combinando producciones, calidades y tipos de cafés para poner los precios a depender de sus propias decisiones. Se pasó de los acuerdos en el pacto cafetero a las decisiones de las grades trilladoras y comercializadoras. Y la FNC sucumbió ante los cantos de sirena del libre mercado, del llamado consenso de Washington, que puso a todas las economías del continente al libre albedrío de la oferta y la demanda, o mejor de quienes tienen en los mercados la fuerza financiera para controlarlos.
Es cierto que el café colombiano sigue obteniendo primas de calidad en la bolsa de New York, pero más rentabilidad aún se obtiene con otros tipos de calidad. Mejores cafés, otras formas de producir y la exploración de nuevos mercados, por fuera de las lógicas de los grandes comercializadores, ha llevado a generar una caficultura diferente que ha estado en contravía de la propia FNC. Esta realidad ha hecho que la FNC solo exporte hoy una quinta parte de lo producido. Y lo que es peor aún, la pérdida de credibilidad y confianza de las familias cafeteras en la institucionalidad, incluso de aquellas que siguen siendo parte de su estructura.
Hoy el país tiene un precio interno de la carga de café pergamino de $1.745.000, desde hace un año viene presentando precios que han llegado incluso a ser superiores. Precios asombrosos, pero cogen al país en una situación institucional no favorable para la caficultura, y un Fondo de Estabilización de Precios del Café creado, pero no capitalizado. El Café tipo Federación responde a unos mercados determinados y apenas se le ha empezado a dar cabida a otros productores que reclaman mayor inclusión al interior de la institución. Igualmente se enfrenta con una débil estructura de servicios a la producción tanto en generación interna de insumos como en mercados laborales organizados.
El país debe de beneficiarse de este momento, no solamente para tratar de aprovechar los ingresos por los buenos precios, esa bonanza que hoy se tiene, que cómo se dijo, corre el riesgo de quedar en manos o bien de las multinacionales productoras de insumos, o de las demandas de los compradores de mercados de futuros. Esto es solo coyuntural. Aprovecharla significa generar nuevos consensos, fortalecer la institucionalidad cafetera para lograr la unificación del sector. También, rescatar la memoria histórica de la producción de café, que pasa por volver la mirada a los ejemplos de asociatividad y cooperativismo, aquellos que hicieron al sector fuerte, los mismos que siguen caracterizando las grandes producciones agropecuarias en los países desarrollados. Esa memoria existe y rescatarla no solo es posible sino indispensable, sería un acto de responsabilidad con el sector y con el país.
Solo así se podrían recuperar las confianzas, renovar los acuerdos que posibiliten hacer producciones cafeteras competitivas en diferentes mercados. Modos de producción que signifiquen, igualmente, incidir en las cadenas productivas, trascender hacia las trasformaciones y participar con valor en las diferentes partes de todo el proceso. La FNC tiene en esta coyuntura la oportunidad para renovarse, para volver a ser fuerte y decisiva para el país, el problema es que si no asume el liderazgo que le compete, lo más seguro es que saldrá aún más débil, tanto que podría ser el camino a su propia extinción. Tanto la FNC como las familias cafeteras deberían ser un claro propósito e interés nacional.
Jaime Alberto Rendón Acevedo, Director Centro de Estudios e Investigaciones Rurales (CEIR), Universidad de La Salle
Foto tomada de: El Campesino